Antonio José Ruiz de Padrón nació en San Sebastián de La Gomera. Gracias a la caridad del cura párroco pudo aprender gramática, aritmética, historia y algunos rudimentos de latín. Con solo diez años se trasladó a vivir a La Laguna, en la vecina isla de Tenerife. Allí ingresó en el convento franciscano de San Miguel de las Victorias. Cuando acabó su preparación, fue ordenado sacerdote en1781 y comenzó a participar en las Tertulias de Nava organizadas por Alonso de Nava-Grimón y Benítez de Lugo, sexto marqués de Villanueva del Prado. Gracias a su inteligencia y al apoyo de este prócer, pudo acceder a ese grupo privilegiado de grandes hombres que se congregaban en las famosas tertulias.
Como consecuencia de un naufragio en un viaje que hizo a La Habana, acabó recalando en las costas de Pensilvania en 1785, llegando a participar, por su brillantez intelectual, en los debates que se realizaban en la casa del general George Whashington, en donde conoció y entabló una relación personal con Benjamin Franklin, que llegó a decir de él:
«La palabra de Pablo el Apóstol mana por la boca de este franciscano que nos regaló el mar. Washington, más político y menos romántico añadía: El amparo de este náufrago no acarreará el cariño y la estimación de España. He ahí una limosna que nos valdrá la alianza del pueblo descubridor de América contra nuestros opresores.»
Uno de los aspectos más destacados de la vida de Ruiz de Padrón es su participación en las Cortes de Cádiz de 1812, siendo diputado por Canarias, participando en la creación de la constitución española de 1812, y siendo famosa su alocución para abolir la Inquisición del territorio nacional.Las Cortes se habían decidido por fin a atacar al Santo Oficio y habían señalado el 5 de enero de 1813 para abrir tan solemne debate en el que intervinieron los hombres de más talento allí congregados. Este discurso será inmortal por su noble objeto por sus tendencias altamente humanitarias y por ir enlazado al triunfo más grande que la razón y el derecho han obtenido en España
Este fue el final de su célebre discurso en las Cortes de Cádiz, promoviendo la desaparición del Tribunal de la Santa Inquisición:
«Señor, nada he pronunciado delante del Congreso que no sea público, no solo a la Nación, sino a toda Europa. Debo repetir que he sido muy contenido y moderado en la pintura que hice de este odioso y horrible tribunal, que desde el establecimiento en Castilla comenzó a desenfrenarse y excederse en golpes de arbitrariedad, crueldad y despotismo.»